La infantilidad del comienzo, por Jimena Argáez

 


Cada batalla, contienda o hazaña épica está marcada por un inicio. Se tiene en todo caso un comienzo, una anunciación de lo que está por venir, lo premonitorio de lo que aún no ha ocurrido. Y es que el comienzo de algo no puede estar mejor simbolizado que con el inicio de la vida misma: la niñez. La inocencia del nuevo comienzo y la ingeniosa capacidad generadora y regeneradora están representadas por Nietzsche en la figura del niño. Aparece este en el pensamiento filosófico que lleva a cabo en su obra Así habló Zaratustra.

Es por esto que el siguiente escrito tiene como propósito reflexionar sobre el símbolo del niño que presenta Nietzsche en su célebre obra. Comenzando por un breve análisis de esta figura en los capítulos: De las tres transformaciones, El niño del espejo y De la visión y enigma. Para después abordar las similitudes y diferencias que se vislumbran en el símbolo del niño en estos tres apartados.

En el capítulo De las tres transformaciones, el símbolo del niño representa la última transformación que experimenta el espíritu. En primer lugar, se convierte en camello y carga, con las cosas más pesadas, representadas por el "tú debes". Posteriormente, se transforma en león, y a través del valor y la fuerza, logra vencer al dragón, su antiguo amo y guardián del deber, con el fin de conquistar su libertad e imponer el "yo quiero". El león permite al espíritu crearse la libertad para un nuevo crear, pero no es este quién tiene la potencia imaginativa y generadora sino el niño. Finalmente, el espíritu llega a la figura del niño, que simboliza la inocencia, olvido y autonomía que le permitirán iniciar una tarea de transmutar los valores. Este como un comienzo completamente nuevo, el símbolo del niño representa una actitud novedosa, pues no surge sino que se constituye, no se adopta una visión ya existente sino que se crea desde sí misma. La labor es una que está aún por completarse, pero el niño es el primer paso hacia esta, pues redundantemente, se empieza empezando. El inicio no está aislado del proceso, sino que ya forma parte del mismo, está ya contenido en la figura del niño. Como el propio Nietzsche lo enuncia: “Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.”[1]


Vuelve a surgir el símbolo del niño en el capítulo El niño del espejo. En este, Zaratustra emprende su retorno y descenso de la montaña para compartir su sabiduría, pues la figura de un niño, con un espejo que muestra a un demonio, se le presenta en sueños a modo de anunciación y epifanía.

¿De qué me he asustado tanto en mis sueños, que me he despertado? ¿No se acercó a mi un niño que llevaba un espejo? “Oh Zaratustra -me dijo el niño-, ¡mírate en el espejo! Y al mirar yo al espejo lancé un grito, y mi corazón quedó aterrado: pues no era a mi a quién veía en el sino la mueca y la risa burlona de un demonio.[2] 


Aquí el símbolo del niño funge como portador del mensaje de realización, designando el comienzo de una labor que Zaratustra tiene que llevar a cabo. Pareciera que, como en el capítulo De las tres transformaciones, el símbolo del niño es también un inicio, quizá no tan creativo y generador como en este, pero sin duda marca el comienzo haciendo una invitación a la acción desde la sabiduría y el presagio.

Finalmente, en De la visión y enigma, el niño tiene una aparición quizá no protagónica, pero sin duda interesante. El niño que surge en este apartado es, de hecho, el propio Zaratustra, pues recuerda haber experimentado previamente lo que ahora se presenta ante sus ojos, un perro aullando de una forma particular. “¿Había oído yo alguna vez aullar así a un perro? Mi pensamiento corrió hacia atrás. ¡Sí! Cuando era niño, en remota infancia.”[3] El símbolo del niño aparece en este capítulo a modo de recuerdo, en un tiempo lejano y anterior a la visión que se le presenta a Zaratustra, como reminiscencia del inicio. La figura premonitoria del niño se hace quizá más presente en este capítulo que en los demás, pues ya encontraba en este momento un destello de la visión que experimenta Zaratustra.

Ahora, el símbolo del niño que aparece en los tres capítulos hace surgir varias preguntas. Una de estas sería: ¿Es el mismo niño el que aparece en los tres capítulos? Pareciera que podrían serlo, pues comparten las mismas características de un comienzo, creación, anunciación y lo venidero. Es esta la gran semejanza que se encuentra en los tres apartados, se comparte el significado del símbolo como si este fuera algo inherente a la propia figura del niño cuando hace aparición. Sin embargo, no es la misma figura, pues el primer niño es un momento del espíritu, el segundo una proyección onírica de Zaratustra, y el tercer niño es, de hecho, el mismo Zaratustra. Además de esto, existe una diferencia en el símbolo tanto en estructura como en contenido. El niño del primer capítulo De las tres transformaciones es el final del inicio, es decir, aparece al final del texto y también es el momento final de la transformación que dará pie a un nuevo comienzo. A su vez, el símbolo del niño en El niño del espejo es el inicio del inicio, este se presenta al principio del texto y anuncia el primer momento de la labor que Zaratustra tiene que llevar a cabo en su descenso. Por último, el niño que aparece en el capítulo De la visión y enigma surge a mediados del texto y es un inicio que ya ha tenido comienzo, pues ya ha sucedido lo que al principio se ha anunciado.

A modo de conclusión, la obra Así habló Zaratustra de Friedrich Nietzsche tiene varios y ricos símbolos que ilustran su pensamiento filosófico. El niño, es uno los símbolos más relevantes en los capítulos: De las tres transformaciones, El niño del espejo y De la visión y enigma. Este representa en los textos, de manera general pero también de manera particular, un inocente inicio, la anunciación de lo venidero, creatividad generadora, entre otros… El estudio de la figura del niño es una de las más grandes tareas que la obra de Nietzsche ofrece, tarea que requiere de la misma inocencia, creatividad y sabiduría que el propio niño simboliza.

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (Madrid: Alianza Editorial, 2021), 67.

[2] Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, 150.

[3] Ibid., 265.

Comentarios

  1. Excelente artículo. Ojalá haya más publicaciones cómo esta. Felicidades

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